lunes, 13 de julio de 2009

Tiempo, cálculo y dinero


En “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” Weber se refiere a la importancia que tienen el tiempo, el cálculo y el dinero en la ciudad, pero nos está hablando de ciudades específicas y concretas, las ciudades protestantes ascéticas. Allí la vida está regida por el ethos protestante que queda caracterizado a partir de los escritos de Baxter.
La forma de ser protestante tiene que ver con la racionalización del trabajo (nexo axial entre esta ética y la del capitalismo) pero este comportamiento racional, metódico, que calcula, que mide el tiempo de las cosas, que organiza y planifica, también rige la cotidianidad de los individuos. Sus formas de hacer, de pensar, de vestir, toda su existencia se desarrolla dentro de los límites de esta ética. Las constricciones que el individuo experimenta dentro los límites de la misma, tienen por finalidad la salvación del alma. El protestante calvinista considera que este es el camino trazado por Dios: la profesión, el trabajo duro, constante y la vida ascética. Si se tiene éxito en esta empresa podemos estar seguros de que estamos en la buena senda de la salvación.
Lo importante de este ethos protestante es que el fin en sí mismo no es el dinero. En este punto es cuando el espíritu del capitalismo se distancia de su raíz religiosa. Para el calvinismo la riqueza es en sí misma un grave peligro: “…sus tentaciones son incesantes y el aspirar a ella no sólo es absurdo por comparación con la infinita superioridad del reino de Dios, sino que es también éticamente reprobable”.
El protestantismo reprueba el descansar en la riqueza. No se busca el éxito económico para disfrutar de los goces mundanos, la ostentación o los lujos. Todos estos elementos de la vida están fuera del universo calvinista por ser desviaciones de la vida santa.
Sí es importante la profesión y ejercerla de manera metódica, organizada y mediante el cálculo racional, sí es menester calcular el tiempo y no frenarse en el ocio y la estéril contemplación. no hay fines acumulativos, sino religiosos. Lo importante es desempeñarse bien en la profesión porque es el medio que ha fijado Dios para aumentar su gloria. No despilfarrar el tiempo es poner nuestro trabajo, nuestro obrar, al servicio de la gloria de Dios.
Esto cambiará con el capitalismo y su espíritu se viciará de todos estos pecados que el asceta denuncia. Las riquezas en el mundo alcanzaron un poder creciente y la riqueza, ese “…manto sutil que en cualquier momento se puede arrojar al suelo” se ha convertido en un caparazón que el hombre se echa a la espalda.

La propuesta y el análisis de Simmel no se ciñe a una comunidad concreta, a la vida regida por una ética particular. Simmel se refiere a la ciudad de manera global, a la gran metrópolis cosmopolita y su funcionamiento.
Los elementos que hemos rastreado en la obra de Weber (dinero, tiempo y cálculo) son importantes para describir el ethos calvinista. Simmel atribuye estas características a la conducta urbanita, que en algún sentido puede entenderse como una especie de ethos urbano, pero bastante más amplio que en Weber ya que engloba gente de distintas religiones, etnias, nacionalidades, etc.
El punto de partida es una concepción sobre el hombre y su particular actividad psíquica. “El hombre es un ser de diferencias” , esto quiere decir que su conciencia es estimulada por la diferencia entre las impresiones del momento y las pasadas.
En la vida urbana el contraste de impresiones es muy fuerte y se intercambian a gran velocidad. Por eso la actividad psíquica del urbanita resulta más intensa, “consume más conciencia” frente a la vida de campo.
Las características de la ciudad hacen que la actividad nerviosa de los individuos que habitan en ella se acreciente. Por esto, frente al hombre rural más dominado por los sentimientos, el hombre urbano tiene un carácter eminentemente intelectualista.
Simmel nos explica que esta “intelectualismo” propio del hombre urbano es necesario para subsistir en el mundo de intercambios incesantes de la metrópolis. La racionalidad que lo caracteriza no es más que un preservativo frente a la violencia de la gran ciudad y esta se ramifica en fenómenos particulares.
Uno de estos fenómenos es la indiferencia a la individualidad que experimenta el hombre de ciudad. Esta lógica es la misma que la lógica del dinero. Éste es el común denominador de todas las cosas, mina la peculiaridad de las mismas, socava su núcleo específico, y las ubica todas en el mismo nivel. El urbanita actúa de la misma manera: trata con objetividad a hombres y cosas y no repara en su incomparabilidad. Así la lógica del dinero invade las relaciones interpersonales. En cambio, la característica de la vida rural es que se fundamenta en la individualidad y el sentimiento. Allí las personas tienen un nombre conocido, o al menos una cara familiar. El contacto es constante y las relaciones cara a cara son las características de este paisaje.
Pero la metrópolis, que es el lugar del dinero y de las finanzas, se basa en lo impersonal. Son relaciones con otro que no conozco, relaciones medidas por el dinero.
Entre la economía monetaria y la psicología urbanita, Simmel tiende una estrecha conexión y hasta llega a preguntarse cual de ambas ha propiciado el advenimiento de la otra.
Lo cierto es que la lógica de la vida monetaria, que es esencialmente calculante (sopesa prestación y contraprestación) necesita la precisión, la puntualidad.
El tiempo fijo, supraobjetivo, es condición necesaria para su desarrollo pleno. Y el individuo urbano tiene como característica la puntualidad porque le viene impuesta por esta necesidad de la vida urbana. Sin este esquema temporal todo sería un caos. Solo con retrasar los relojes de una ciudad durante una hora veríamos como colapsa el orden interno de la metrópolis.
Este tiempo, la organización que hacemos de él, es una construcción social y está en función de las exigencias de una determinada manera de vivir. En contraste con el campo, donde el tiempo es más lento y no hay tanta sujeción a los relojes, la vida urbana no puede entenderse sin esta configuración temporal. El esquema del tiempo lleva a la calculabilidad propia de las ciudades. Este vínculo entre la mentalidad calculante y el tiempo es muy estrecha en Simmel. Y también la conexión entre esta mentalidad y el dinero. Son elementos de los estilos de vida generados por la economía monetaria, que se concentra en la gran ciudades y que le otorgan muchas de sus marcas de identidad. Simmel nos da estas pequeñas muestras de cómo en una ciudad moderna del XIX se internaliza el mundo externo, el ritmo y la lógica de la gran urbe. El triunfo de la economía monetaria lo encontramos en que se reducen los valores cualitativos a cuantitativos, se somete todo a cálculos, prevalece la dictadura del reloj y se nivela cualquier especificidad mediante la “prostituta universal” de la que nos hablaba Marx, es decir, el dinero.

En Weber el vínculo que establece esa mentalidad calculante con el dinero es de una “actitud blasé” simmeliana. Al asceta no le preocupa el dinero en sí mismo. Puede tirarlo al suelo cuando quiera cual si fuera un manto. Pero la actitud urbanitaes lo opuesto. Se parece en algo al Habitus de Bourdieu en tanto toma las características básicas de la estructura social de esa gran ciudad y las hace suyas para luego ir por la vida en piloto automático. Se produce una interiorización de lo exterior que explica por qué el urbanita tiene estas características: una conducta indiferente, calculadora, un carácter intelectualista fruto de una vida mental agitada, la puntualidad, un distanciamiento de los demás como un pacto tácito de mutua ignorancia y la indiferencia a la individualidad propia de la lógica monetaria. Todos estos atributos de la personalidad urbana no son revisados, son inconcientes, están internalizados como órganos de defensa necesarios frente al frenético medio ambiente externo. Son preservativos ante la espídica ciudad.
El vínculo entre tiempo, dinero y cálculo está presente en los dos análisis como características de los individuos que viven en la ciudad. Pero es acotado a una comunidad específica en el análisis de Weber. Allí, esta lógica, estas conductas, están orientadas a un fin siempre presente, siempre a la vista: como el conejo blanco de las carreras, siempre está la salvación del alma y las creencias religiosas como guidant. Aquí no encontramos más espacio para la libertad individual como en la ciudad cosmopolita de Simmel. Más bien todo lo contrario ya que el hombre natural queda subsumido por el ascetismo más salvaje.
En cambio, la grandes urbes descritas en “La metrópolis y la vida mental” tienen un aspecto liberador. Se ensanchan dos tipos de individualismo: uno egoísta, un individuo con más libertad de movimientos y liberado de los prejuicios que comprimen al habitante de la pequeña ciudad, y otro individualismo que está relacionado con la capacidad de especializarse, la formación de singularidad personal. Ya que hay un espacio más amplio para la diversidad en la metrópoli, se nos abren las puertas de la especificidad y peculiaridad individual.


1
M.WEBER: “La ética protestante y el espíritu del capitalismo.”, ED. PENÍNSULA, BARCELONA, 2008.
2
M.WEBER: “La ética protestante y el espíritu del capitalismo.”, ED. PENÍNSULA, BARCELONA, 2008.
3
Georg Simmel, “La metrópoli y la vida mental”. Sobre la individualidad y las formas sociales. (Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2002).

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