sábado, 28 de enero de 2012

La sociedad multiétnica, ensayo sobre las consideraciones de Giovanni Sartori


“Sartori describió a la perfección las diferencias entre el pluralismo y el multiculturalismo: el pluralismo es el respeto a la libertad individual, a las leyes de todos y a los valores compartidos. El multiculturalismo es un riesgo que puede dar paso con facilidad al

enfrentamiento y que permite la desigualdad”

José María Aznar



En “La sociedad multiétnica” Sartori lleva a cabo una defensa del pluralismo político contrapo-niendolo al “multiculturalismo”. La intención del politólogo italiano es defender la “buena socie-dad”, la sociedad liberal pluralista, de los ataques provenientes de distintos bandos: por un lado, otras ramas del liberalismo que abogan por políticas multiculturalistas para gestionar las diferencias, y por el otro, los propios gobiernos europeos que no saben o no quieren dar una solución adecuada al problema de la inmigración inintegrable.

Pero vamos por partes; en este ensayo me propongo, en primer lugar, ubicar el texto de Sartori en su contexto de discusión concreto con el fin de entender mejor qué postura es la que está defendiendo el autor y con quién/es discute. La segunda parte está dedicada a un breve análisis del estilo utilizado por Sartori bajo la hipótesis de que su texto es un panfleto que se aleja de la circunspección aca-démica de otras obras del politólogo. En tercer lugar, quisiera hacer una crítica a la idea de “inmigrantes inintegrables” aduciendo que los cierres de las fronteras europeas no propiciará el ad-venimiento de la “buena democracia” que Sartori anda buscando. Un último punto está dedicado a discutir el concepto de “cultura” que Sartori utiliza para sostener que no todas las culturas tienen el mismo valor.


Como señala Morente Megía, para criticar el libro Sartori que nos ocupa, se hace necesario “(...) contextualizar y ver cuales son las posturas contrarias en el debate (...)” (Morente Megía, 2002, p.207). Comenzaremos pues por un breve aclaración sobre el contexto y las partes implicadas. Siguiendo a Díaz-Polanco, podemos decir que este debate en torno a los principios y formulaciones liberales ha recobrado vigor en las últimas décadas. La polémica tiene dos frentes de batalla bien di-ferenciados: por un lado, la discusión entre teóricos liberales y por el otro, pensadores que se sitúan fuera y en contra del liberalismo (de tradición marxista). La disputa que se desarrolla dentro de la familia, en el seno mismo del liberalismo, enfrenta a liberales individualistas y liberales colectivistas: “(...) las cuestiones centrales que los separan son la visión divergente sobre la individualidad y la co-munidad, el papel de ésta en la constitución de la identidad y el valor moral y político, pri-mordialmente, que debe asignarse a la diversidad en las sociedades humanas” (Díaz-Polanco, 2006, p. 97). Sartori está dentro de los llamados liberales individualistas. Puede llevar a confusión que presente a sus adversarios como potenciales verdugos de la libertad cuando, en realidad, se trata de otros autores que también son liberales (es el caso de Taylor, por ejemplo).

Lo que enfrenta a estos autores es el futuro del liberalismo, sobre todo repecto a qué posición adoptar frente a la diversidad sociocultural, las identidades diferenciadas y las demandas políticas de las minorías. Los liberales individualistas defienden la absoluta primacía del individuo sobre la co-munidad, sotienen que “(...) la razón precede a cualquier particularidad sociocultural y que, en esa medida, ningún derecho fundado en lo colectivo puede aspirar, por sí mismo, a una justificación moral y a una defensa política sustentable” (Díaz-Polanco, 2006, p. 98). Mientras éstos creen en un Estado neutral, los liberales colectivistas ponen en tela de juicio esa neutralidad y demandan un Estado que se defina en favor de la diversidad, garantizando igual respeto para todas las culturas.

A esta corriente Sartori la califica como “multiculturalista” y se arroja a una feroz crítica contra ella, consierándola como el peor mal para la democracia: el multiculturalismo “niega el pluralismo en todos sus terrenos: tanto por su intolerancia como porque rechaza el reconocimiento recíproco y hace prevalecer la separación sobre la integración” (Sartori, 2001, p. 64).

¿Qué lleva a Sartori a una afirmación tan tajante? Vemos, según él, que el pluralismo aplaude el disenso, aprueba y necesita la existencia de partidos políticos que canalicen las diferencias, defiende derechos individuales para que las diferencias puedan coexistir (libertad de pensamiento, de culto, de expresión, etc.) pero necesita, también, una consenso con respecto a esta tolerancia de la diversidad. Si algunas partes de la sociedad no aceptan estas reglas, las reglas de la “buena sociedad”, entonces la solución, según Sartori, es tan obvia que salta a la vista: se le etiqueta como “enemigos culturales” y se niega la ciudadanía o la misma entrada a nuestro paraíso europeo. Sostiene Sartori que el mul-ticulturalismo no defiende la diversidad, la crea, la multiplica, poniendo en peligro el grado de cohesión e integración que la sociedad necesita.

Podemos decir que el miedo de Sartori es la `desintegración social´ a causa de factores exógenos (la inmigración inintegrable) y endógenos (nuestra propia gestión de la diversidad y la multiplicación artificial de identidades heterogéneas).

No cabe duda de que el multiculturalismo pone sobre la palestra cuestiones peliagudas; como señala Pou “(...) equilibrar la preservación de muchas culturas con los derechos de las mujeres y de otros co-lectivos tradicionalmente vulnerables es una empresa difícil (...)” (2003, p. 81) y también existe el temor a voragine multiplicadora de identidades que termine por fragmentar la sociedad hasta puntos inimaginables, parafraseando a Sartori, hasta la balcanización de la sociedad. Y sin embargo, los def-ensores del multiculturalismo afirman que nada está más alejado de su intención que “(...) la frag-mentación del mundo en espacios culturales, nacionales o regionales extraños los unos a los otros, obsesionados por un ideal de homogeneidad y pureza que los asfixia y que, sobre todo sus-tituye la unidad de una cultura por la de un poder comunitario” (Touraine, 2000, p.171-172).

Las posturas que se enfrentan en “La sociedad multiétnica...” quedan claras y no es una cuestión ba-nal el preguntarse por las posibilidades del multiculturalismo, pero plantear, como veremos a con-tinuación, que la solución pasa por cerrar fronteras y bloquear las posiblidades de ciudadanía a quienes Sartori estigmatiza como “inintegrables”, choca de frente los postulados del liberalismo, en otras palabras “(...) sería antitético con el propio concepto de la libertad que en el fondo defiende en esta obra y en su pensamiento en general” (Morente Megía, p. 210).


El segundo aspecto que quería exponer, tras contextualizar el discurso de Sartori, no es ya qué dice, sino cómo lo dice y qué efetos tiene. El término “panfleto” sin duda tiene, en la actualidad, una connotación peyorativa, aunque sea un instrumento de la vida política presente y pasada. Se trata de género literario caracterizado por su estilo agresivo y su brevedad. Al respecto, el Diccionario de términos literarios (1997) define:

Escrito breve de carácter satírico, violento, y, con frecuencia, político.

La característica principal del panfleto es que es breve, directo; el es-

critor no da rodeos, trata sólo temas de actualidad. A veces, contiene

injurias o calumnias porque es producto del odio y de la maledicencia.

(Pág. 279)


El libro que nos ocupa es breve, es violento y es político. Sobre su extensión no es necesario argu-mentar, tampoco sobre su contenido político. La violencia la encontramos, por dar un ejemplo, en el capítulo 7, cuando habla de la reciprocidad que debe darse para la sana convivencia entra los representantes de diversas culturas. Así, denomina a los individuos autóctonos como “los bene-factores” y a los inmigrantes como “los beneficiados”:

“(...) una reciprocidad en la que el beneficiado (el que entra) corresponde al

benefactor (el que acoge) reconociéndose como beneficiado, reconociéndose

en deuda.” (Pág. 54)

Alguien podría preguntarse si Sartori haría la misma apreciación si habláramos de los inmigrantes italianos que llegaron a distintos países de América a comienzos del siglo pasado. La respuesta pode-mos encontrarla en texto que analizamos:


“(...) esos recién llegados [los europeos que emigran a Estados Unidos] encontraban, en el nuevo mundo, un inmenso espacio vacío, buscaban y deseaban una nueva patria, y eran felices de convertirse en americanos (…)

En cambio, el viejo mundo es desde hace mucho tiempo un mundo sin espa-

cios vacíos y un mundo con relativamente pocos “recién llegados”.

(Pag.50-51)


Curiosamente, otra vez los europeos juegan el papel de los “ felices benefactores”, que acudían a un lugar vacío a poblarlo y constituírlo. La dicotomía bueno/malo le gusta mucho a Sartori. Por ahora sólo diremos que, desde 2001, fecha de publicación del libro de Sartori, entraron en ese “supuesto” mundo sin espacios vacíos, por lo menos 5 millones de inmigrantes más, solamente en España.


Volviendo sobre la definición de panfleto, podemos ver que también se cumple que es directo y trata temas de actualidad. Por último, también podemos encontrar injurias1, si señores, el ilustrísimo po-litólogo ganador del premio de Asturias, se da el lujo de referirse en estos términos:


“¿Integración cómo? Admitiendo –a pesar de los multiculturalistas que se

oponen a ella– que la integración siga siendo el objetivo a perseguir, entonces

¿cómo se consigue? A las bobas y los bobos que se ocupan de este juego de

altos vuelos la solución del problema les parece obvia: consiste en transformar

al inmigrado en ciudadano (...)”. (pág.112)


Bobo, tonto, que padece cierta deficiencia mental, esta es la caracterización de los defensores del multiculturalismo que nos propone Sartori. Constatamos el insulto directo y, por el otro lado, el con-stante autoelogio: de las 36 notas al pie, 10 remiten directamente a textos de Sartori.

Todo este rodeo para constrastar la hipótesis de la pertenencia del texto de Sartori al género del panfleto ¿para qué sirve? ¿a qué viene? Pues bien, una de las características de los panfletos es que aspiran a ser discursos performativo: en el sentido que les da Austin, contienen esa función enun-ciativa del lenguaje que realiza una acción, que constituyen la realidad al definirla. Según Serna: “(...) el texto de Sartori se aleja de este modelo (…) más que crear realidad en el sentido de Austin, lo que pretende con ellos [con sus libros] es vacunarnos: evitar lo que considera probable y odioso”. (Serna, 2003, p.1). La intención de ubicar el texto de Sartori en el género del panfleto y descubrir su vo-cación performativa era discutir esta sentencia de Serna. Este discurso de Sartori, que se encuentra también en amplios sectores de la población europea2, sí que genera un acto de habla, sí que hace co-sas con palabras; sólo por hablar de los últimos años, citemos la expulsión de los gitanos rumanos de Francia, persecución de los inmigrantes ilegales en Italia, Centros de Internamiento para inmi-grantes (cárceles ilegales) en España, y la lista podría continuar. Nos guste o no, este discurso cuaja en una parte de la sociedad y modela la actividad política europea más de lo que, seguramente, Sar-tori se esperaba en el año 2001. ¿Significa esto que el politólogo italiano acertó en sus predicciones? El siguiente punto se dedica a argumentar por qué no.


Desde que Sartori habló, entraron en el estado español alrededor de 5 millones de inmigrantes y el número total de extranjeros viviendo en territorio de la Unión Europea a 1 de enero de 2009 era de 31.9 millones, lo que representa el 6.4% de la población europea (Eurostat, 2009). Como muestra la Tabla 1, entre 2002 y 2007 el número total de inmigrantes en España creció hasta alcanzar los 4.358.481, siendo el 11,75% de éstos de origen africano.

Elaboración propia a partir de los datos del INE.


Parece ser que había un poco más de lugar del que Sartori pensaba.

Por otro lado, también se equivocaba en afirmar de manera inequívoca que los inmigrantes repre-sentarían un coste alto para las cuentas públicas y para nuestras sociedades en general y que los su-puestos beneficios eran sólo un mito. Veamos algunas argumentaciones y datos que lo desmienten.

La Tabla 2 muestra la pirámide de la población europea, conformada por los autóctonos y los inm-igrantes. Este gráfico nos es útil porque enlaza con uno de los argumentos más importantes respecto de la inmigración: la necesidad de las sociedades occidentales envejecidas de población joven. Desde hace mucho tiempo los demógrafos vienen señalando la urgencia del problema del creciente enve-jecimiento de la población europea. Como se afirma en el VII Informe Foessa, para el caso de Es-paña, desde los últimos 20 años “(...) Vienen personas jóvenes para trabajar y son tanto hombres como mujeres. Merced a la inmigración, España ha crecido demográfica y económicamente en una medida imprevista hace quince años (Oficina Económica del Presidente, 2006)” (2009, p.633). Con esto no se afirma que esta era la única vía de crecimiento ni la mejor, pero sí una alternativa, y lo más importante, la alternativa que se concretó: “Ha sido la elegida y ya no se puede dar marcha atrás” (2009, p.633).


Tabla 2

Estructura por edad de la población nacional

y extranjera de la EU-27 en 2009


Para desmentir seriamente la afirmación de Sartori haría falta mucho más que un breve ensayo3, ra-zón por la cual no me detendré a examinar los costes y beneficios que la inmigración acarrea para la economía europea. Sólo resaltar que no es un asunto que se pueda zanjar con tanto des-preocupación y soltura como el politólogo italiano lo hace. Sólo en el aspecto que venimos men-cionando, la falta de crecimiento de la población en España, sabemos que la llegada de la in-migración ha tenido y tiene una doble repercusión positiva:

La inmediata, que es la que impide su mengua, y la diferida, que contribuye al crecimiento futuro.

La inmigración impacta súbitamente en el volumen de población y lo acrece, pero además en el medio y largo plazo agrega potencial demográfico y capacidades educativas. Contribuye y posibilita desarrollos en el capital humano que a su vez influirán en la tasa de dependencia y en la re-producción de la población” (VII Informe Foessa, 2009, p.636). Hemos aportado algunos datos que permiten al menos dudar de las afirmaciones de Sartori y considerar el tema como mucho más complicado de lo que el autor presupone. Saldremos de este terreno farragoso que nos llevaría más de un monográfico para pasar a discutir la teoría de la inmigración inintegrable.


¿Por qué la idea de inmigrante inintegrable es inaceptable?


De entrada, un flanco abierto para atacar la argumentación de Sartori, es que no se basa en ningún dato. No hay cifras ni estudios que avalen sus afirmaciones (eso si descontamos su insistente auto-re-ferencia como fuente legítima de autoridad). Para continuar, podemos constatar que no habla más que sobre el posible peligro que representan los inmigrantes, pero no habla de las causas de la in-migración: “Aunque Sartori describe una parte del problema, no lo presenta en toda su com-plejidad, no agrega que una buena parte de los flujos migratorios que se dan en el mundo obe-decen a los efectos de la globalización económica, a que la interación de las economías está dis-torsionando los mercados de trabajo y acentuando las diferencias entra las economías desa-rrolladas y las atrasadas. Así, Sartori resalta sólo la dimensión moral de un problema que tiene alcances más amplios, más globales” (García Jurado, 2001, p.5).

En “El multiculturalismo...” se explica que, al no desear integrarse, los inmigrantes musulmanes adoptan una posición racista contra el europeo, y así la magia de Sartori convierte al objeto en sujeto del racismo. El politólogo insiste en presentar el problema de manera parcial, “en lugar de explicar integralmente los orígenes y las fuentes del racismo, lo atribuye a un grupo que lo utiliza como re-curso de resistencia y sobrevivencia. Todas las sociedades son capaces de desarrollar conductas dis-criminatorias, el racismo incluido, pero en este caso esta conducta se atribuye a un grupo que no tiene las condiciones materiales para ejercerlo con fines discriminatorios y, sobre todo, se disocia de él a una sociedad que lo ha ejercido con este fin durante los últimos siglos” (García Jurado, 2001, p.5)

Sartori considera a los musulmanes como “enemigos culturales”, como “(...) las personas más ale-jadas de la cultura y el sistema de valores y creencias occidentales, unos “contraciudadanos”. De entrada, habría que decir, que la teoría de la inintegrabilidad de determinados colectivos de in-migrantes en las sociedades de Europa occidental es tan vieja como las migraciones modernas, y que, una y otra vez se ha demostrada profundamente falsa. Hace 125 años, las autoridades francesas y ciertos políticos de ese país consieraban que los inmigrantes suizos eran initegrables. Pocos años después otros políticos retomaron la cantinela y decían que los inmigrantes belgas eran initegrables. Luego fueron los italianos, más tarde los españoles” (Videlier, 1993, p.17).

Al argumento de Sartori podemos responder con la argumentación de Gimenez Romero:

Los inmigrantes, también los de religión musulmana, con todas las variedades de práctica religiosa que nos podamos imaginar, desarrollan estrategias de adaptación en los nuevos contextos sociales a los que se encuentran, combinan valores de la sociedad receptora con otros de su tradición cultural. La cultura de cualquier sociedad se desarrolla en un medio ecológico y social determinado, y los in-migrantes renuevan la suya en un medio que ya es diferente. Puede haber situaciones de aisla-miento, incrustación o enquistamiento, pero no son ni obligatorias ni en general las más nu-merosas. Hay otras muchas variantes, y no conviene ser simplista, ni siquiera ante el islam, aunque a algunos medios de comunicación les haga mucha gracia” (Giménez Romero, 1993).

Un trabajo muy interesante sobre estas cuestiones es la tesis doctoral de Belén Agrela Romero, ti-tulada “Análisis antropológico de las políticas sociales dirigidas a la población inmigrante”, donde se dedica un apartado a la construcción social del inmigrante y la discriminación entre extranjeros “buenos” (integrables) y “malos” (inintegrables). A partir de un análisis de los discursos políticos que se emiten por los medios de comunicación españoles, analiza la representación social que nos ha-cemos de la inmigración, y dice: “En definitiva, todas estas alusiones a lo cultural y la diferencia están elaboradas desde esquemas de entendimiento relacionados con el fundamentalismo cultural que, como hacen notar en sus trabajos autoras como Gema Martín o Verena Stolcke, justifican la ex-clusión de los extranjeros porque son mostrados como una amenaza para la unidad e identidad cultural y/o nacional. El “otro cultural”, el “inmigrante no comunitario”, es visto como un extraño, y como tal, “enemigo” potencial que amenaza “nuestra” unicidad e integridad nacional y cultural” (Stolcke, 1993:84). Con este desprestigio hacia la cultura no occidental, se generaliza irresponsablemente y se ocultan realidades multidimensionales, ignorando las dinámicas de cambio que sí existen en el mundo musulmán, que se (re)presenta y vocifera como un patriarcado de caso extremo, inmutable y fruto de un determinismo cultural irreversible (Martín, 2003). Como ella misma preguntaba: “¿Por qué no pensar que, como en buena medida les ha ocurrido a los países europeos, en las sociedades musulmanas el cambio social y el desgaste de la estructura patriarcal dependen más bien de la democratización, del desarrollo y de la posibilidad que tengan esas sociedades para definirse a sí mismas sin que tengan que definirslas desde Occidente?” (Martín, 2003:4)” (Agrela Romero, 2006, p.351).


En resumidas cuentas, la sociedad europea no está desintegrada en grupos minoritarios. Lo que sí, tal vez, hay que reconocerle al libro de Sartori, es la advertencia sobre la ola convervadora que co-menzaría a efervescer y que elegiría como principal enemigo a los inmigrantes y a los grupos mi-noritarios. Lo repetimos, Sartori no habla sólo por él, da voz a muchos sectores de la población, aquellos que sin dudarlo siguen a los Sarkozy y los Berlusconi. Tomemos por un momento el caso del Italia. Nadie, en pleno uso de sus capacidades cognitivas, dudaría en negar que Italia goza de una “buena democracia”. ¿Se trata de un complot cultural tejido por los que nos consideran “infieles”? ¿Por la multiplicación ad infinitum de identidades nuevas? No. Se trata de una degradación de la ca-lidad democrática que tiene como principal culpable la ruptura de la separación entre poder le-gislativo, ejecutivo y judicial, y la concentración de los recursos públicos y privados en manos de sus gobernantes. ¿Podemos, desde esta perspectiva, defender que son los inimgrantes los que amenazan con destruir los valores occidentales?


Last but not least, tenemos el problema de la definición de cultura que utiliza Sartori. La frase que mejor puede ilustrar la concepción de “cultura” que maneja el politólogo italiano es la siguiente:

A Saul Bellow se le atribuye (probablemente sin razón) esta frase: “Cuando los zulúes produzcan un Tolstói lo leeremos”. ¡Santo cielo! Para el griterío multiculturalista esto es una “arrogancia blanca”, insensibilidad hacia los valores de la cultura zulú,y violación del principio de la igualdad humana. Pero no, “humana” precisamente no. La igualdad que se invoca aquí no es entre seres humanos, sino entre yo (como pintor) y Van Gogh, o bien entre yo (como poeta) y Shakespeare. Y yo de entrada la declaro ridícula. Atribuir a todas las culturas “igual valor” equivale a adoptar un relativismo absoluto que destruye la noción misma del valor. Si todo vale, nada vale: el valor pierde todo valor” (2001,p.79-80)

En este capítulo, Sartori está haciendo una crítica al significado que tiene el término “cultura” para el multiculturalismo, argumentando que no se ubican ni en la dimensión antropológica ni en la a-cepción docta de la palabra (“cultura culta”) ni tampoco en sentido beahvorista o conductista. Pues bien, suponiendo que esta crítica tenga algo de razón, podemos hacerle exactamente el mismo reproche a Sartori. ¿De qué cultura está hablando?

La igualdad que se invoca allí tiene que ver con no elevar el canon occidental a valía universal. El valor al que se refieren quienes se irritan ante tal muestra de etnocentrismo, ese griterío histérico que Sartori caricaturiza, no hace más que negar la existencia de un criterio objetivo interno para juzgar las producciones culturales. ¿Por qué Ana Karenina es mejor que las leyendas Zulúes? Simplemente porque son Saul Bellow y Giovanni Sartori quienes lo juzgan. Sartori sabe que la concepción antro-pológica de la cultura tiene un talón de aquiles: el relativismo cultural. Pero en vez de defender una concepción sociológica de la cultura que tenga en cuenta la posible tensión entre derechos humanos y diversidad cultural, se decanta por una visión humanista de la cultura, una cultura normativa a la occidental, un etnocentrismo declarado y orgulloso de esta, “nuestra civilización”. En este sentido, Sartori, sin remordimientos, trae otra vez el fantasma Huntingteano del choque civilizatorio. Este fantasma, como antes otros, también recorre Europa y se expande, difundiendo el sentimiento de odio y rechazo al extranjero incompatible y utilizando este argumento para proceder al cierre de esas murallas europeas que son las leyes de extranjería.



















Bibliografía



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Agrela Romero, B. (2006): Análisis antropológico de las políticas sociales dirigidas a la población inmigrante, Editorial de la Universidad de Grananda, Granada.


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1En el sentido de agraviar, ofensa que se hace a alguien en su honra o fama con algún dicho o hecho.

2Como prueba me remito a la frase inicial de José María Aznar y para un análisis detallado de los discursos políticos españoles que conducen estas ideas, véase Agrela Romero (2006)

3Podríamos hablar de los aportes al sistema de jubilaciones y pensiones, del uso de los servicios públicos, etc.