lunes, 13 de julio de 2009

Explicación del pesimismo weberiano.



Si durante todo el recorrido de “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” se transita por la senda luminosa y objetiva de la ciencia, las últimas páginas dejan al lector la sensación de atravesar una tormenta oscura y devastadora que, además, es solo el comienzo de algo que se avecina y se adivina mucho peor.

Weber abandona durante unas breves líneas el terreno sociológico. Traspasa sus fronteras para adentrarse en una esfera valorativa que nos alerta sobre las consecuencias que traerá esta pérdida del “espíritu capitalista”, este estuche vacío sin fundamento ético en que se ha transformado.

Vaticina que ese vacío puede ser ocupado por “nuevos profetas” que guiarán nuestra energía hacia la defensa de “antiguas ideas e ideales”. Parece acertar si pensamos en la posterior emergencia del nazismo, estalinismo y fascismo.
Weber presagia la llegada de una “ola de petrificación mecanizada” que bañará nuestras sociedades, guiada por la acción racional con arreglo a fines que dominará la vida social.

Weber ve la burocratización de la sociedad como una “Jaula de hierro” que irá en detrimento de la libertad humana. La burocratización se despliega, según Weber, en las figuras de la empresa moderna y el Estado moderno.

Pensemos que en la época en se escribe “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, el taylorismo y el fordismo han renovado la organización de la producción capitalista. Hablamos de modelos en donde el trabajo humano no solo llega al summum de la mecanización con la cadena de montaje, se va todavía más allá, al extremo en donde se cronometran y miden los movimientos humanos para aumentar la productividad. En este sentido Weber considera al mundo de la burocracia como un mundo que racionaliza hasta los propios movimientos del cuerpo humano.

El otro gran gigante es la burocracia estatal: ubiquémonos en el contexto de la Gran Prusia, Estado todopoderoso que funda su poder precisamente en esa enorme estructura burocrática nunca antes conocida. Weber afirma en “Economía y sociedad”: “…la organización burocrática con su especialización del trabajo profesional aprendido, su delimitación de las competencias, sus reglamentos y sus relaciones de obediencia jerárquica graduadas. En unión con la máquina muerta la viva trabaja en forjar el molde de aquella servidumbre del futuro a la que tal vez los hombres se vean algún día obligados a someterse…”

Esta es la explicación del pesimismo weberiano: el advenimiento de una sociedad en donde la racionalidad llevada al extremo estrangule la libertad humana. Las imágenes que suscitan estos presagios se corresponden con la atmósfera kafkiana:
Grandes instituciones sociales extraordinariamente eficientes, absolutamente racionales que constituyen una amenaza creciente para la libertad de los individuos.
La imagen de este mundo en el que ya no hay sentido y en el que se dan procedimientos burocráticos laberínticos capaces de agotar y perder a cualquiera.
Así le ocurre a Josef K, protagonista de “El proceso”. Acusado por una enorme maquinaria que lo va convirtiendo en una sombra de hombre, perdiendo su humanidad en cada recorrido por los infinitos pasillos de juzgados y palacios de justicia. Preso de una burocracia infernal que ni siquiera se puede comprender.
Otra imagen que une a Kafka y Weber es el despertar de Gregorio Samsa en “La metamorfosis: Un día amanece constreñido por una caparazón que no es suya y de la que no puede desprenderse, tal como apunta Carlos Cousiño Valdés “…la jaula de hierro que no es nuestra. Un día nos amanecemos con ella de tanto racionalizar”.


1. M. WEBER, “Economía y sociedad”, FCE, MEXICO, 1964.
2. C. COUSIÑO VALDÉS:“La sociedad como lugar de vida moral”, Estudios Públicos, CHILE, 1998.

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