lunes, 13 de julio de 2009

Concepción de la religión en Durkheim y Freud



Durkheim entiende que la religión es en realidad un símbolo de la propia comunidad. Es decir, lo que realmente se venera como sagrado, se manipula y entiende como sacro, es la propia energía de la sociedad. Ya que vamos a compararlo con Freud, podríamos pensar que se trata de una especie de regodeo narcicista alrededor de nuestro grupo como fuerza superior al individuo mismo.

Una idea muy importante en Durkheim es como se renueva el ideal social propio de un grupo mediante la facultad de idealizar humana. A través de las reuniones y la euforia colectiva que se desata, la donación de signos, palabras, emociones, movimientos estéticos, y demás elementos refuerzan el ideal social del grupo a la vez que lo renuevan, le introducen nuevos elementos y de esta manera se rejuvenece la fuerza del grupo. Las primeras formas de reunión se produjeron entre los miembros del clan, reunidos en ritos de distintas índoles. En todos ellos aparecen elementos de comunión y también de donación. Es en la asamblea efervescente, en esta experiencia burbujeante, cuando el individuo se siente como fuera de sí mismo, en otra realidad, una realidad ideal por la que llega a través del pensamiento. El hombre concibe lo ideal y lo añade a lo real. Lo mismo sucede con lo sagrado. Lo que define a lo sagrado y a lo ideal es, para Durkheim, que está sobre-añadido a lo real. Este mecanismo se hace presente cuando se alcanza un grado de efervescencia que cambia las condiciones de la actividad psíquica, y es en las reuniones del grupo cuando pone en marcha esta capacidad. Es la fuerza de la sociedad la que experimenta el miembro del clan. La vive como algo ajeno que lo transporta a otro mundo. Es una sensación cercana al delirio colectivo, nos dirá Durkheim, pero no es un delirio realmente ya que lo que sienten no es falso, está realmente ocurriendo que una realidad más amplia se apodera de este grupo en trance. Esta realidad moral es la sociedad. Por tanto, al ser real lo que el hombre siente en la asamblea efervescente, no podemos aducir que está delirando.
En tanto el alma de la religión es la sociedad, porque estamos adorando a un Dios que es el mismo grupo, siempre van a existir religiones. A estas maneras le sucederán otras y otros ideales colectivos se regeneraran.

La concepción freudiana de la religión es diametralmente opuesta a la de Durkheim.
Si para Durkheim el origen de la religión está relacionado con la pervivencia y regeneración de la energía societal, para Freud los orígenes los encontramos en la necesidad infantil de protección del padre todopoderoso.
En el “Malestar en la cultura” Freud comienza por analizar la posibiliad de que la génesis de la religión se fundamente en un “sentimiento oceánico” de comunión con el todo, una sensación de fusión con el cosmos.
Rastrea los orígenes de este sentimiento que los ubica en una etapa temprana del desarrollo del sentido yoico.
La relación del todo con el yo no pudo ser siempre igual. Su evolución pasa por varias etapas. En un comienzo, el lactante se siente parte del todo, no distingue entre fuera y dentro, entre yo y mundo exterior. Gradualmente aprenderá a diferenciar el yo de lo externo a través de diversos estímulos. Uno de gran importancia es un objeto que le llega de afuera y le proporciona el placer más anhelado: el pecho materno. Este es el origen del yo placiente.
Más tarde, el bebé también siente otros estímulos, sensaciones de dolor y displacer que el aun omnipotente principio del placer pretende abolir. En esta etapa el bebé se niega a abandonar estímulos de carácter placentero y situarlos fuera de él, a pesar de que no pertenezcan al yo, y también a la inversa, pone fuera del yo elementos de displacer que no están en el mundo exterior sino que son parte de él.
Pero por un complejo proceso el niño va diferenciando entre el yo y el exterior y así comienza a funcionar el principio de realidad que regula toda la etapa posterior.
El sentimiento oceánico, entonces, se puede entender como una regresión del adulto a esta etapa del lactante en donde el yo no se separa del mundo externo, conformando una unidad.
Pero para que esta teoría tenga validez, Freud tiene que explicar como es posible que en el adulto persista, o se pueda recuperar una parte de la evolución psíquica anterior.
Esto se entiende si tenemos en cuenta que para el psicoanálisis la memoria alberga todo lo sucedido. Las distintas etapas de la evolución psíquica se alojan en el inconsciente como capas una encima de la otra, pero sin taparse del todo. Cada una de ellas siguen latiendo en nuestro ser. Coexisten en la psique humana y por eso es posible volver a ellas.
El sentimiento oceánico, entonces, sería la permanencia o regresión al narcisismo del bebé, que es el narcisismo absoluto.
Pero este sentimiento oceánico no puede explicar el origen de la religión. Según Freud, esta pretensión no parece muy fundada porque “…un sentimiento solo puede ser fuente de energía si a su vez es expresión de una necesidad imperiosa.” Por eso, la necesidad más fuerte en la infancia es lo que explica la religión: el desamparo infantil y la nostalgia por el padre que este suscita. En la infancia, la figura paterna se aparece como todopoderosa, como omnipotentemente protectora. Ante la desprotección que sentimos por el destino, que no es desconocido, anhelamos también de adultos esa seguridad que nos proporcionaba la figura paterna. Sigue en pie durante el período adulto o, mejor dicho, es reanimado de manera constante por la omnipotencia del destino: la presión del destino y sus consecuencias no desaparecen.
La religión le explica al hombre los enigmas de este mundo y, a través de la idea de providencia, cuida de él en esta vida y le promete una recompensa en el más allá por todo lo que pudo sufrir en esta existencia terrenal. Este rol solo podía ser encarnado por la figura de un padre exaltado – Freud dixit – ya que solo él es capaz de comprender las necesidades de la criatura humana.
La sentencia de Freud es tajante: la religión es un infantilismo y es penoso que tantos humanas vayan a nacer y a morir en este delirio colectivo sin llegar a ser concientes jamás de hasta que punto es incongruente con la realidad.
La religión se pregunta por el objeto de la vida humana. Esto evidencia una vanidad antropocéntrica y, de hecho, solo en un sistema religioso puede existir la intención de adjudicar una finalidad a la vida humana.
El objetivo vital que expresan los hombres en su propia conducta es una pregunta la más facil de responder: lo que guía la conducta de los hombres son los designios del principio del placer, es decir, evitar el dolor y buscar las situaciones placenteras. El hombre busca la felicidad aunque esta es inalcanzable.
La felicidad es una experiencia episódica. Si perdurara en el tiempo se convertiría en tibio bienestar, pero nunca en felicidad crónica. Nuestra propia constitución física imposibilita el permanecer en un estado de constante felicidad y ni siquiera la religión nos promete esto.
Hay tres paliativos que pueden hacer más llevadera esta realidad, tres “muletas” para afrontar los avatares de la vida: los narcóticos, las distracciones y las satisfacciones sustitutivas.
A su vez, el dolor y el displacer nos llega por tres vías: el cuerpo, destinado a la fatalidad, el mundo exterior que nos puede castigar de múltiples maneras y la que percibimos más peligrosa, las relaciones humanas.
Hay distintas estrategias que usamos para tratar de satisfacer esta búsqueda de la felicidad. La búsqueda de la felicidad a través del amor, por ejemplo, es fuente de intensas satisfacciones pero también nos hace vulnerables a uno de los peores dolores: la pérdida del ser amado y el dejar de ser uno mismo amado por ese ser.
Otra salida posible es la del ermitaño, que se aísla de los demás para evitar las consecuencias negativas de las relaciones humanas.
También podemos intentar buscar la felicidad mediante la sublimación., desplazando la líbido de manera tal que se evita la frustración del mundo exterior. Este mecanismo reorienta los fines instintivos y resulta más elevada si se puede acrecentar el placer del trabajo psíquico e intelectual. Esta vía es quizás la más noble a ojos de Freud, pero no por eso es la regla a seguir. En primer lugar porque no es idónea para todos, se necesitan unas aptitudes que son más bien extraordinarias. Por otro lado, la satisfacción que puede generar es bastante pobre en comparación con la satisfacción de una pulsión vulgar, de un instinto primario.
La idea que Freud va desarrollando a medida que nos presenta distintas opciones de evitación del displacer y concreción del placer, es que estamos ante un libre juego donde la estrategia que sigamos ha de ser individualmente escogida ya que no hay fórmulas generales.
Aunque es imposible “ser felices” en el sentido más rígido, no debemos ni podemos abandonar esta búsqueda. Lo mejor es configurar nuestro propio plan mezclando unas opciones con otras hasta arribar a una combinación que convenga a nuestra persona. Las constituciones psíquicas son diferentes y por eso no le van bien a todas las mismas cosas.
Este libre juego es precisamente lo que viene a censurar la religión.
Freud considera que la religión es perniciosa porque marca un mismo camino para todos y no nos permite tener una estrategia plural para organizar la economía libidinal. Nos marca a todos una misma vía cuando las estrategias individuales son las únicas que pueden propiciarnos cierto equilibrio
No solo es que el humano no puede pretender realizar el principio de la felicidad porque su propia constitución esta en contra de esa realización, tampoco puede mediante la religión. Ni siquiera ella lo asegura, con lo cual, el interrogante que se plantea es: ¿Para que estar dentro de una religión?

Para Freud la religión es un delirio colectivo porque se ve algo que no está allí, un protopadre todopoderoso que no es más que un infantilismo, una alucinación colectiva.
Aquí coincide y diverge con Durkheim a la vez.
Es muy curioso que Durkheim haya utilizado exactamente el mismo concepto pero en sentido contrario, es decir, la experiencia religiosa se parece a un delirio colectivo pero no lo es. En Freud, este concepto es utilizado pero para afirmar lo opuesto: es un delirio colectivo con todas las letras.
La coincidencia es que sea considerarlo como algo colectivo, algo que se crea entre muchos y que no tiene entidad si no es de manera grupal.
Mientas que para Freud no necesariamente (y ojalá no lo hiciera) al religión vaya a durar siempre, persista en todas las sociedades futuras, para Durkheim, en cambio, va a durar siempre porque una forma va a suceder a otra y así siempre existirá.
Para Durkheim tiene un aspecto positivo porque mantiene el ideal social de grupo vivo y para Freud tiene unas implicaciones bastante más nefastas, ya que somete al humano al infantilismo sumiéndolo en un delirio colectivo.
Hay una llamada al individualismo muy fuerte en Freud que no está presente en Durkheim, más proclive este último a dar preponderancia a la fuerza moral superior de la sociedad.


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